6 de mayo de 2024 | 9:17

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Cárcel para los encubridores de pederastas

La Iglesia protege a abusadores.

Jeickson Sulbaran

1 de noviembre de 2023 | 10:30 am

Historia de un silencio persistente

La historia, por desgracia, ha demostrado que las acusaciones de abuso sexual infantil y pederastia dentro de la Iglesia Católica no son un fenómeno reciente. Sin embargo, este no es solo un problema de abusadores. Se trata también de una extensa y compleja red de encubridores que, con sus acciones y omisiones, han permitido que tales actos perduren.

La mecánica del ocultamiento

Detrás de cada abusador, hay un sistema que favorece la impunidad. Desde silenciar a las víctimas hasta mover a los sacerdotes acusados de una parroquia a otra, la mecánica es eficiente y despiadada.

Las estructuras jerárquicas en la Iglesia, donde la obediencia es fundamental, han facilitado estos encubrimientos. El miedo al escándalo y al daño reputacional ha pesado, en muchas ocasiones, más que el bienestar de las víctimas.

La responsabilidad compartida

Si bien es cierto que no todos en la Iglesia han tenido parte activa en estos encubrimientos, el silencio y la inacción también tienen un precio. La responsabilidad no solo recae en quienes cometieron los actos, sino también en quienes permitieron su perpetuación.

La presión social y la demanda de justicia han forzado a la Iglesia a tomar medidas, pero estas han sido vistas, en muchas ocasiones, como insuficientes. Las reparaciones económicas y las disculpas públicas no pueden compensar el daño irreversible causado a las víctimas.

Medidas ante la gravedad del asunto

La justicia civil ha comenzado a actuar con mayor rigor en estos casos. No solo persigue a los abusadores, sino también a quienes, conociendo los hechos, no actuaron conforme a la ley. Las sentencias han sido claras: el encubrimiento es un delito y como tal debe ser castigado.

La autocrítica necesaria

La Iglesia Católica, como entidad, tiene la obligación moral y ética de revisar y transformar sus estructuras. Debe garantizar que sus espacios sean seguros para todos, especialmente para los más vulnerables. Esto implica un proceso de autocrítica y una voluntad genuina de cambiar.

Conclusión: Un llamado a la justicia y la verdad

La justicia debe ser implacable con quienes atentan contra la integridad de los más jóvenes. Pero más allá del castigo, es esencial desmantelar las estructuras que permiten el encubrimiento y la perpetuación de estos crímenes.

El reconocimiento del problema y el compromiso por parte de la Iglesia de erradicar estas prácticas son fundamentales. Las víctimas merecen verdad, justicia y reparación. Es un deber de toda la sociedad garantizar que estos actos no queden impunes. La lucha es contra el abuso y contra quienes, desde el silencio, permiten su existencia.

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